En 1928 la Unión Panamericana, un esbozo de unión de los países del continente americano bajo hegemonía estadounidense, organizó el “Concurso para un faro en memoria de Cristóbal Colón” a erigirse en Santo Domingo, capital de la República Dominicana. Se presentaron 455 proyectos de 48 países, y el resultado se publicó en 1931, tras una segunda fase en la que Frank Lloyd Wright participó como miembro del jurado. El ganador fue el arquitecto inglés J.L.Gleave, cuya propuesta era una enorme masa de hormigón y mármol que, vista desde el aire, resultaba una enorme y luminosa cruz yaciente, claro símbolo de la cristianización de América.

El proyecto de Konstantin Melnikov, uno de los 23 trabajos provenientes de la joven Unión Soviética, tomaba distancia de cualquier simbolismo religioso y proponía una potente imagen representativa del encuentro entre América y Europa. Cercano a los 200 metros de altura, el monumento presentaba una composición basada en dos parejas de figuras principales: dos conos invertidos y encastrados sobre un mismo eje vertical y dos “alas” triangulares y perpendiculares a aquellos, articuladas en la base y a lo largo del cono inferior. Melnikov parecía repetir el juego binario y el protagonismo de las diagonales frecuente en otros proyectos, como el Pabellón de la Unión Soviética(1925) o el Palacio de los Soviets (1931) pero en este caso, los fragmentos “simétricos” se sometían a las poderosas fuerzas de la naturaleza, de donde extraían su fuerza. El cono superior era hueco y recogía el agua de lluvia que impulsaba una turbina situada en la base del monumento. A su vez, las “alas” podían agitarse impulsadas por el viento, generando la energía que servía para alimentar el faro. Siete anillos (las siete notas de la escala musical) envolvían el cono superior giratorio y el movimiento de las alas debía producir “una música día y noche, emitiendo sus ondas al mundo entero, despertando a la humanidad para inspirarle la creación incansable de grandes obras y actos heroicos, como los de Cristóbal Colón”. Una rampa helicoidal se enroscaba por la superficie del cono inferior hasta su encuentro con el superior, pasando por una amplia terraza en donde se situaba el monumento a Colón y a España. Desde el encuentro entre los conos una escalera helicoidal apoyada en el intradós de las paredes del cono superior ascendía hasta la cúspide.

El dinamismo que incorporaban elementos familiares al constructivismo como alas, espirales, materiales translúcidos, agua o luz quedaba moderado por dos aspectos: la sensación de equilibrio sereno de la figura fuertemente vertical de los conos y la aceptación pasiva del empuje de las fuerzas naturales, inexorables, primitivas –en oposición a los mecanismos que se sugieren en el Monumento a la Tercera Internacional. El simbolismo era muy claro, el cono superior representaba la fuerza impetuosa de la cultura americana–la savia del mundo nuevo- y el inferior, la sólida base de la civilización occidental con sede en Europa, ambas en perfecta armonía. La luz, los juegos de agua, la imagen triunfante y dinámica, la música, el aleteo liberador, aparecía como el resultado del despertar americano que había producido la gesta del descubrimiento.

(F.A.P.)